Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

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domingo, 7 de agosto de 2011

Leonardo

No os conté -pero tenía intención de hacerlo, lo que ocurre es que estos meses tengo síndrome de pocas palabras- que por fin un día me fui de rebajas. Aquel primer día de rebajas no encontré nada que llevarme a la percha. Sin embargo, como me suele ocurrir salió a relucir mi faceta shoppingadicta en la parcela que más me pierde: volví a casa con tres libros. Escogidos por una mezcla de capricho, intuición y asalto de título a mis ojos.
El que me ha tenido enganchada desde ese día, y puede hacer ya casi un mes de aquello, se titula “La ciencia de Leonardo” y su autor es un doctor en física teórica de la Universidad de Viena, llamado Fritjof Capra.
Su curiosidad inacabable, la multidisciplinariedad de sus estudios, intereses y producción, su intuición y capacidad para adelantarse a su tiempo, dan a la figura de Leonardo un halo de misterio y una imagen de hombre perfecto, que lo hacen el candidato ideal para cualquier trama literaria. Leonardo podría ser un enviado divino, un visitante extraterrestre, un viajero del tiempo o una figura inventada por un grupo de artistas de los cuales no sería más que un  compendio.
Con semejante protagonista, me introduje en el ensayo de Capra con toda la excitación, complicidad, pasión y alegría, -suma de sensaciones envolventes- que últimamente sólo es capaz de producir en mí la palabra impresa (pero esto es otra historia que cualquier día se convertirá en post).
Los cuadernos de Leonardo –escritos de derecha a izquierda, como si fuesen la imagen de un espejo, y llenos de ilustraciones- contemplan –e interrelacionan- todo tipo de  disciplinas: arquitectura, ingeniería, mecánica, pintura, botánica, biología, anatomía, matemáticas…
Multidisciplinar, respetuoso con la naturaleza, vegetariano, observador incansable, científico empírico, estudioso infatigable. Sus contemporáneos le describen además como hermoso, amable, bueno, generoso, elegante y original en el vestir. Un auténtico hombre perfecto. Aunque rebuscando se le pueden encontrar también sus defectos: Leonardo, que se declaraba pacifista fue contratado en diversas ocasiones para diseñar máquinas de guerra. Leonardo era un “mercenario”, y estuvo al servicio de aquellos mecenas que hicieron posible con su sueldo que él pudiese dedicarse a su arte y a sus investigaciones (como veis nadie es perfecto o el ser perfecto también puede ser práctico, según se mire).
Capra sitúa a Leonardo en su época y justifica sus investigaciones en su contexto. Sin quitarle mérito, ni restar importancia a su dimensión de persona excepcional, sus descubrimientos tienen su mérito en sus propias inquietudes. Es decir, no contó con más información que la que poseían los estudiosos de la época, pero sí la llevó más allá. Y ahí está la originalidad de Leonardo, ahí está el hombre perfecto: en la capacidad de llenarse de admiración por lo que le rodea, no dejar de interrogarse y querer, siempre, saber más; y, por supuesto, en enfocar las energías en el camino correcto.
Para mí Leonardo es uno de esos modelos humanos admirables, no demasiado comunes (o igual sí), dignos de emulación. El contenido del libro es interesante, de principio a fin. Incluso el posterior peregrinaje de sus escritos –durante siglos ocultos-, vendidos por sus herederos a coleccionistas de diversos puntos de Europa, es una anécdota sorpendente. Sus cuadernos sufrieron suertes diversas, algunos fueron recortados y re-compilados, otros anotados, otros se han perdido...

Capra, además, escribe de maravilla, con un estilo ameno y enganchante que debería ser obligatorio en cualquier libro “divulgativo”.

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